Ser agradecido en la desigualdad

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Cuando iba de regreso a Santiago… Del bus cayeron unas gotas de agua…Que me trasladaron fuera del tiempo y el espacio…

Miré de pronto a mi amigo de la infancia, Pedro… Sentí su miedo, su angustia…

Su habitación se perdía entre sombras «¿Nos volveremos a ver?»

En el presente, mi mirada se pierde, en la majestuosidad de un par de aves… De pronto unas gotas de agua mojan mi ropa…Recordé la siguiente imagen, de un antiguo delirio.:

Con 12 años, sentada en el silencio de mi casa… Sentí llantos de niños, que regaban mi ropa…Nunca comprendí esa visión, hasta ahora.

Aparecen varias emociones olvidadas…Pero ninguna tiene relación con mi vida…

Mi amigo Pedro y muchos otros que no recuerdo sus nombres… Con una realidad totalmente distinta a la mía…

Marcada por el riesgo social, la violencia y la pobreza…

Su destino, las drogas, la delincuencia, entre otros…

El tiempo avanza y nos entrecruzamos, yo puedo reconocerlo…sobre su espalda cae su destino, sin piedad …Ya no es el dulce niño que conocí en mi infancia… Es las caretas de los programas familiares, es los estigmas y las etiquetas…

Camina como muerto…

En mi nace una sensación extraña. Entre tristeza y agradecimiento, puedo elegir mi destino…mis libros, los platos de comida, la ropa, conocer el mundo o no hacerlo, vivir en la virtualidad de un computador, sentir mi cómoda cama, las suaves sabanas que acarician mi piel… Puedo dudar, cuestionarme, revelarme contra imposiciones sociales…Mientras muchos otros, dado su ambiente nefasto, ni siquiera conocen las satisfacciones más sutiles, más básicas, como gozar con el aroma de una rosa.

Las lágrimas que caen en mis alucinaciones, no son las mías…Son de esas múltiples personas que, no pude ayudarlas, por ser también una infanta…

Esas personas de los suburbios, de las favelas, de las periferias, distanciadas por las diferencias sociales.

Las veo desde pantallas… Como si fuera una película hollywoodense…Conozco el final de la trama…¿Bastante predecible, no?

Cuando fuiste niño ¿Alguna vez te preguntaste, por las injusticias que veías?, ¿Te cuestionaste las ideas judeocristianas que en el antiguo testamento generaban desigualdades entre tribus, que finalizaban en actos de violencia? Se dice que cualquiera en circunstancias especiales, puede llegar incluso a asesinar a un otro si lo deshumaniza, a través de convertir su imagen en la de un monstruo (de esto hay muchos ejemplos en las historia, que hasta han desembocado en genocidios).

¿Pensaste en esos no lugares, lejanos a los ojos de la civilización?

Posiblemente no, porque cuando somos niños, no distinguimos las diferencias, tenemos la capacidad de compartir con todos, después producto de la crianza, sembramos en nuestro entorno banderas que desembocan en la separabilidad, caracterizada por el resentimiento, clasismo y etnocentrismo.

En el reino de las desigualdades, muchas veces el padre tiene la autoridad, para amenazar a su hijo pequeño, por considerarlo de su propiedad, a su vez existe el descuido, muriendo los niños de enfermedades virales, como una simple gripe, que al no tratarse, se transforma en neumonía…

Pero magníficamente, hay seres que, con una fuerza voluntariosa de un mar de olas bravas, superan esos obstáculos.

¡Viva la resiliencia!

Todo esto me lleva a una reflexión final, tanto yo, como tu lector, siendo adultos podemos decidir nuestro propio destino. Tenemos un relativo libre albedrio, que permite liberarnos de nuestros condicionamientos limitantes, eligiendo nuevos caminos e incluso si fuiste en antaño como mi amigo Pedro, actualmente puedes mirar tus manos, agradecer que los yugos del pasado son sólo una sombra y darte cuenta desde ese acto, que puedes moldear tu destino a la forma que deseas. Si ocupas ese oscuro pasado como una fuente de luz, como recurso para ser mejor y entregar un servicio a alguien que lo necesita, como lo hicieron los lideres mundiales, puedes dar con tu experiencia frutos que satisfagan las bocas hambrientas.

Para lograr lo anterior, debes realizar una transformación interna desde tu inconsciente, lo que significa en la práctica, desde la humildad, dejarte guiar y reconociendo tus falencias, trabajar por superarlas y de esta manera lograr liberarte de la inofensividad aprendida que hace que no te reconozcas como elefante y manteniéndote atado a una cadena imaginaria, caigas en la desesperanza, en la impotencia como modo de vida.

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