¿La paz interior transforma el mundo?

El 24 de octubre, Día de las Naciones Unidas, nos brinda una oportunidad única para reflexionar sobre la importancia de la paz, tanto a nivel global como personal. A pesar de los desafíos que enfrenta la ONU—como la falta de eficacia en conflictos como los de Gaza y Líbano, la escasa representatividad y los problemas de financiamiento—es esencial que utilicemos este día para explorar cómo cada uno de nosotros puede contribuir a un mundo más pacífico.

La ONU busca promover la paz, pero este esfuerzo también requiere un viaje interno. A menudo, los conflictos que observamos en el mundo reflejan nuestras propias luchas internas. Los aspectos de nosotros mismos que rechazamos, que frecuentemente proyectamos en los demás, forman lo que Jung denominó la «sombra». Esta proyección puede generar malestar y división, tanto en nuestras relaciones personales como en el ámbito global.

Al considerar cómo contribuir a la paz, es vital cuestionar nuestras propias actitudes y creencias. ¿Estamos dispuestos a aceptar y trabajar con nuestras sombras en lugar de proyectarlas en los demás? Este día nos invita a reconocer la legitimidad de los otros y a valorar nuestras diferencias, creando un espacio para la empatía y la comprensión.

Según Carl Jung, la sombra representa aquellos aspectos de nuestra personalidad que rechazamos porque los consideramos socialmente inaceptables o negativos. Esto incluye emociones, deseos y características que no queremos reconocer en nosotros mismos. Es habitual proyectar estos aspectos en los demás hasta que, a través del desarrollo personal, logremos reconocer, aceptar e integrar estas partes de nuestra psique. De lo contrario, puede surgir enemistad en las comunidades.

Sergio Rojas nos habla de la existencia humana como una vida precaria. Esto significa que, independientemente de tu etnia o clase social, siempre puedes ser abandonado a tu suerte. Desde el momento en que naces, enfrentas el peligro de ser eliminado por factores externos, muchas veces fuera de tu control. En este contexto, la única ventaja de los grupos favorecidos es que algunos están menos expuestos a la violencia y la muerte que otros.

Al proyectar nuestra sombra en nuestros enemigos, se pierde la condición que nos hace profundamente humanos. En las guerras, el adversario se convierte en un arquetipo del mal, lo que nos lleva a olvidar la fragilidad inherente a todos los cuerpos. Esta deshumanización lo vuelve destructible, permitiendo que, como nación, encarnemos lo bueno. Al hacerlo, negamos nuestra vulnerabilidad y proyectamos la maldad que rechazamos en nosotros mismos.

En la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, se grafica claramente esta sombra a través del Dr. Henry Jekyll, un médico obsesionado con la dualidad humana. Para explorar este aspecto, crea una poción que le permite transformarse en Edward Hyde, su versión oscura. Aunque al principio disfruta de esta libertad, pronto pierde el control sobre Hyde, incapaz de enfrentar las consecuencias de ese lado oscuro que todos llevamos dentro. Esta lucha entre luces y sombras debe ser integrada para vivir en armonía, como parte de nuestra naturaleza humana.

La novela se sitúa en la época victoriana, caracterizada por una hipócrita represión moral. A través de Jekyll, se exhibe la dualidad de la sociedad, mostrando aspectos oscuros proyectados en otros, como las clases bajas o un monstruo que comete actos violentos sin que el médico pueda detenerlo. Esta situación provoca en Jekyll una profunda desesperación por llevar una doble vida, lo que finalmente lo lleva al suicidio.

En relación a los arcanos mayores, la sacerdotisa representa la profundidad de nuestro subconsciente, un lugar donde todo permanece en estado latente. Allí se encuentran las semillas que, al florecer, se convierten en creaciones; es la información que determinará cómo ser y estar en el mundo. Estos pensamientos moldean nuestro estado de ánimo y afectan nuestras reacciones ante ciertos acontecimientos. Por tanto, es en nuestro mundo interior donde se encuentran los aspectos que queremos invisibilizar, así como aquellos que deseamos que florezcan.

La sacerdotisa se asemeja a un útero que permite la encarnación de la vida, transformando lo intangible en tangible. Ignorar lo que reside en nuestro interior puede llevar a proyectar nuestros pensamientos y emociones en los demás, generando enemistad y conflicto.

Para evitar esto, la sacerdotisa nos invita a la introspección, a conectarnos con lo profundo para evaluar nuestras acciones antes de llevarlas a cabo. Este proceso nos ayuda a discernir entre el bien y el mal, encontrando así el equilibrio que se traduce en paz. Aprender a ver más allá de las apariencias de quienes consideramos enemigos implica reconocer que lo que percibimos puede ser una proyección de nuestro propio mal, aquello que rechazamos en nosotros y que resulta más fácil reparar en otros.

La sacerdotisa nos enseña que “la respuesta profunda está en nosotros”, o, dicho de otra manera, que debemos conocernos a nosotros mismos. A veces, nuestro peor enemigo es la piel que cubre al león que somos, tanto para nosotros como para los demás.

Para extraer la verdad, es necesario un trabajo interno y también con los demás. Así, la sacerdotisa nos recuerda que el desarrollo personal involucra solidaridad y cooperación, lo que nos permite cultivar un estado de paz interna que se refleja en el mundo externo.

De Carolil

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