Halloween: Un Viaje de Duelo y Transformación

Halloween, una celebración de origen celta, simboliza el final del otoño y el cierre del ciclo de cosechas. Esta festividad nos invita a sembrar «buenas semillas», representando alegóricamente nuestros objetivos comunitarios mientras nos preparamos para el invierno, un período en el que, aparentemente, nada florece. Sin embargo, este tiempo también se convierte en un proceso de recogimiento y reflexión que nos lleva a evaluar lo vivido y a mantener la esperanza en el comienzo de un nuevo ciclo.


Se creía que en la noche de Halloween los espíritus de los muertos podían regresar al mundo de los vivos. Por ello, honrar a nuestros antepasados es fundamental, ya que forman parte de nuestra identidad. Celebrarlos y agradecerles nos permite reconocer su influencia y asegurar que su legado permanezca en nosotros en paz.
En este día de Halloween, es esencial hablar del duelo asociado al arquetipo de la muerte, que simboliza el final de un ciclo y el comienzo de uno nuevo. La forma en que emergemos después de la tormenta depende de nosotros. Este arquetipo nos recuerda que no podemos retroceder; el camino antiguo que nos conectaba con el mundo ha cambiado, transformándonos en el proceso.


Para afrontar esta transición adecuadamente, es necesario vivir el luto, un duelo en el que nos sentimos vulnerables frente a un mundo cambiante, despojados de las máscaras que ocultan nuestra esencia. Cada nuevo ciclo implica la pérdida de algo, lo que a su vez conlleva una transformación. Desde nuestra esencia, simbolizada por el esqueleto, reconstruiremos una nueva imagen y forma de presentarnos ante el mundo. Así, se inicia una nueva vida, un nuevo ciclo que significa partir de nuevo, salir de nuestra zona de confort y aventurarnos hacia un futuro incierto.


Morir para dar fruto implica cambios en hábitos y rutinas que generan una nueva identidad. Estas transformaciones pueden surgir de decisiones personales o de situaciones impuestas desde afuera, como la muerte de un ser querido o una ruptura amorosa. A veces, esto nos invita a salir de nuestro ego y conectarnos con una nueva dimensión de nuestro yo más empático y creativo. Sin embargo, el destino de esta transformación lo decidirás tú.


El duelo se asocia comúnmente con el enfrentamiento interno de emociones que emergen tras una pérdida. Este proceso es una adaptación natural a un cambio significativo, implicando una transición de un estado a otro. Al principio, puede generar sufrimiento o el dolor propio de una herida que aún no cicatriza. Por ello, el duelo nos invita a conectar con nuestra fragilidad, otorgándole espacio y atención, cuidándonos en este proceso como si volviéramos a ser niños.


Todo duelo conlleva un dolor emocional en el que surgen diversas emociones, como la tristeza, la frustración y la rabia, así como estados mentales como la negación. A menudo se piensa que el duelo se supera simplemente con el paso del tiempo; sin embargo, se integra cuando aceptamos que las emociones afloren sin juzgarlas ni silenciarlas. La sanación, entonces, ocurre en un tiempo subjetivo. En este contexto, podemos optar por luchar contra nuestras emociones, sosteniendo el dolor y somatizándolo, o abrazar el duelo y permitir que este proceso de integración nos enseñe y transforme, dando paso a un nuevo yo más maduro.


Es normal que durante este proceso resurjan recuerdos y emociones del objeto de nuestro duelo, aunque no con la misma intensidad ni el mismo dolor del pasado, lo que puede generar bloqueos o retrocesos. Esto contrasta con el sufrimiento, que se siente como un peso que arrastramos toda la vida, similar a sostener un vaso de agua por demasiado tiempo. La diferencia entre el sufrimiento y el duelo radica en que el sufrimiento se acompaña de negación, un intento de superar forzosamente emociones que se niegan a ser vividas, a menudo a través de la distracción u otros recursos.


Es importante recordar que el duelo no solo se presenta ante la muerte física; también puede ocurrir en rupturas amorosas, transiciones de vida o cuando nuestras expectativas no se alinean con la realidad. Los duelos pueden ser por otros, pero también por nosotros mismos, y en todos los casos se produce una transformación interna que es natural y no necesariamente negativa.


Si enfrentamos reproches por sentir dolor emocional, es fundamental recordar que, a nivel neuronal, se activan las mismas áreas del cerebro que se activan con una lesión física. Tanto el dolor físico como el emocional requieren cuidado y autocompasión.


Si no enfrentamos estos dolores, pueden agravarse y convertirse en un proceso traumático que, a diferencia del duelo, nos deja atrapados en una lucha mental con nuestro pasado, incluso durante toda la vida. Integrar el duelo implica, finalmente, canalizar constructivamente el dolor, adaptarnos y tomar acción. Con el tiempo, los recuerdos pueden evocar una leve tristeza, alegría o gratitud, pero en un tono ligero y pasajero: nos tocan, pero no nos atrapan, como un buen libro que nos enriquece con experiencia y conocimiento, permitiéndonos avanzar desde una perspectiva más elevada.


Cada relación que establecemos deja una huella en nosotros y nos transforma. Tras el duelo, encontramos una nueva forma de evaluarnos, de vivir y de mirar la vida, preparándonos para lo que venga después desde una perspectiva pacífica. A diferencia del sufrimiento, el duelo implica aceptar y permitir que las emociones emerjan, siguiendo el flujo de la vida. En definitiva, el duelo no es un proceso lineal, sino más bien una montaña rusa que requiere paciencia, autocompasión y amor hacia nosotros mismos, para acoger el cambio de manera adecuada y así no romper la esencia del diamante que somos.


Halloween, en última instancia, representa la evocación del pasado. En este proceso de duelo, es fundamental entregar tu gratitud y, finalmente, dejarlo ir, con la certeza de que siempre quedará una parte de ello en nosotros.


Para este día, una estrategia que puedes realizar es un ritual de despedida, tanto para aquellos que se han alejado y han dejado huella en ti, como para un ser querido que ha fallecido. Puedes escribir una carta sin destinatario en la que expreses todas tus emociones y pensamientos, y/o honrar a un ser querido encendiendo una vela o visitando un lugar especial.


Es esencial, por otro lado, que si estás transitando un duelo busques un círculo de apoyo donde puedas expresar y validen tus emociones. Después de todo, los vínculos humanos son fundamentales para mantener nuestra salud mental. Además, no te olvides de practicar el autocuidado, como la meditación y una alimentación balanceada, entre otras cosas, pero sin presionarte. Hazlo con tranquilidad y respetando tus ritmos.


Si deseas abrirte a esta transformación de manera saludable, contáctame. Juntos construiremos una nueva vida.


De Carolil

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