El niño de los ojos sensibles

Un cuento terapéutico sobre la sensibilidad, el rechazo y la transformación
En este artículo te comparto un cuento terapéutico.
Los cuentos, en el contexto terapéutico, pueden ser una puerta directa a tu inconsciente.
Nos ayudan a poner en palabras aquello que, a veces, ni siquiera sabemos cómo sentir.
Este, en particular, habla de lo que ocurre cuando rechazamos nuestra sensibilidad…
y de cómo ese rechazo puede llevarnos a repetir, incluso varias veces y con distintas personas, relaciones que duelen.
Pero también habla de transformación, sanación y florecimiento.
El niño de los ojos sensibles:
Había una vez un niño cuya percepción del mundo estaba llena de colores vibrantes y vibraciones que se conectaban profundamente con su corazón.
Un día, descubrió que la hostilidad a su alrededor era una onda perturbadora que, como una cuerda atada a su pecho, le provocaba ansiedad, estallando como una sinfonía disonante.
Su realidad, al principio, era indefinida, como el comienzo del Big Bang, lo que hacía imposible regular sus emociones.
La ausencia de padres ideales, ocultos tras máscaras de pesadilla, le impedía encontrar consuelo. El niño se sentía perdido.
Con el tiempo, logró materializar sus emociones, dándoles forma. Apareció el análisis, primero mágico y luego crítico, que lo ayudó a controlar su realidad.
Sin embargo, cada 21 de septiembre, con la llegada de la primavera, los terremotos —como placas tectónicas— sacudían su estabilidad y derrumbaban el castillo que había construido.
En su anhelo de afecto, se encontró con el demiurgo, quien le ofreció una imagen elocuente. El niño, confiado, pareció vender su ser interior.
Pero cuando llegó la noche más oscura de su alma, fue torturado por los demonios no resueltos de su sensibilidad, provocados por el rechazo ajeno y, finalmente, por él mismo.
Al descubrir la trampa del demiurgo, el niño vagó por el desierto, cegado por el sol, viendo solo su propia sombra. Preguntó:
«¿Hay algo más que mis propios pies en este universo desolado?»
La sombra le mostró cómo su alma se agrietaba bajo el calor del sol.
Un día, vio al demiurgo con otros ojos. Comprendió que solo era una manifestación de su propio caos, que veía lo negativo de sí mismo en los demás.
Ambos se torturaban: él, desde el masoquismo; el demiurgo, desde el sadismo. El lazo que los unía era el rechazo de su propia sensibilidad.
El demiurgo era hipersensible, pero había levantado barreras que le impedían ver la luz.
Finalmente, el niño se miró con autocompasión. Al romper el contrato con el demiurgo, se liberó, transformándose en una mariposa que, cada 21 de septiembre, deja su nido para polinizar las flores, sembrando luz en los corazones.
En una sociedad que penaliza la sensibilidad, mantener en alto la bandera de lo sensible es una lucha que vale la pena.
A lo largo de la narración se ilustra cómo la falta de gestión emocional genera conflictos internos.
Al negar sus emociones, el paciente crea una fachada fría y analítica que lo desconecta de su verdadera identidad.
Como bien dice Humberto Maturana:
“Somos seres sintientes que pensamos”
Este proceso de desconexión emocional, aunque funciona como una máscara defensiva, no impide que el paciente entre en relaciones disfuncionales que fracturan aún más su sentido del ser.
Es en el proceso de sanación —al mirar su vida desde una nueva perspectiva y reconocer los beneficios de ser sensible— donde comienza la aceptación.
Esta aceptación le permite comprender y perdonar a quienes formaron parte de su vida.
El apego, como mecanismo de supervivencia, se establece a través de nuestros cuidadores.
Cuando este apego no se trabaja adecuadamente, puede llevarnos a repetir patrones de conducta aprendidos en la infancia.
En esta historia, el «demiurgo» simboliza a las personas que refuerzan esa dinámica tóxica.
Figuras, a menudo con rasgos narcisistas, se entrelazan con el paciente de manera que perpetúan su sufrimiento, aprovechando su vulnerabilidad y su tendencia a tolerar malos tratos.
El demiurgo representa esas relaciones disfuncionales que validan y mantienen el rechazo hacia uno mismo.
A través de este relato, se invita al paciente a reconocer estos lazos y liberarse de ellos, restaurando la sensibilidad que había perdido en su niñez y comenzando a expresarla de una manera sana.
Así que te invito a mirar tu historia con otros ojos.
Descubrirás —como si fueras una máquina del tiempo— que al reconciliarte contigo mismo, puedes reparar y transformar tu presente.
Con cariño,
Carolil